Unas palabras de Joaquín Turina sobre el Calvario
(1924)
Hace exactamente un siglo, el 23 de noviembre de 1924, el compositor Joaquín Turina concedió una entrevista al diario ABC de Madrid. En ella, al hablar de su Semana Santa dedicó las siguientes palabras a la cofradía del Calvario:
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Cuando Joaquín Turina trazó las cuatro fronteras que marcan el territorio del Cristo del Calvario
Por nuestro hermano Carlos Colón
Juan Sierra vio una Madrugada aparecerse la severa cofradía del Calvario por la calle Sierpes tras el esplendor de la Esperanza Macarena -¡y mira que él era macareno!- conmoviéndose hasta el punto de tomar la decisión del hacerse hermano y nazareno de la cofradía. Joaquín Turina sintió lo mismo, en una Madrugada sin fecha -yo diría que después de 1909, cuando Farfán le dio el paso que su serena severidad exigía- al ver el Cristo del Calvario. ¡Y mira que era de Pasión, la hermandad de los suyos!
En este texto de 1924 Turina traza con precisión las cuatro fronteras que definen el territorio propio del Calvario. Una que lo separa de la Semana Santa pintoresca de “los extranjeros”. Otra que lo aparta de “la oficial”, es decir, de la de los grandes símbolos que la representan. Otra que lo deja al margen de la más multitudinaria, “la de todos”. Y otra más, que se corresponde a todo lo anterior, que hace a su cofradía, quizás por la exigencia, la hondura y la severidad que el Cristo del Calvario ha impuesto a su cofradía, minoritaria entre las de la Madrugada.
El territorio propio del Calvario que define Joaquín Turina con la sensibilidad de un genio es el de los “rincones”, las partes más íntimas, menos transitadas, más auténticas de la ciudad. Es el del corazón más duro y hasta ingrato de la Madrugada, y no es irrelevante que la nombre como la “procesión de las tres de madrugada”. Este espacio propio cuyas fronteras tan exactamente marca Turina ha sido construido por la imagen del Cristo del Calvario, el más paulino (y quiso el azar que terminara residiendo en la iglesia del antiguo convento de San Pablo), más místico, más escueto, más absorbido por la cruz con la que se identifica como ningún otro crucificado sevillano lo hace, cuerpo cruz y cruz cuerpo. Haciendo a su imagen y semejanza las calles y plazas por las que transita, imponiéndoles su escueta severidad, llenándolas con su clamoroso silencio, alumbrándolas con la luz vacilante de sus hachones. Y haciendo a su imagen y semejanza su severa cofradía.
De las tres hermandades de ruan de la Madrugada la del Silencio es un estruendo barroco, dorado, alegórico, triunfal, gloria nazarena de abrazada cruz triunfante escoltada y portada por ángeles, y la del Gran Poder es un estruendo devocional que todo lo anega y lo desborda a su paso. Joaquín Turina supo ver y sentir que solo la del Calvario es silencio absoluto y recogimiento total. Una cofradía de “una poesía inolvidable”. Lo supo ver bien Turina. Poesía son los salmos y no debe ser casual que Juan Sierra -ese otro genio rendido a nuestro crucificado- definiera al Cristo del Calvario como un salmo suspenso.