La venta del Crucificado a la cofradía de los mulatos
(1636)

Es un hecho ya suficientemente conocido cómo en 1941 el restaurador Agustín Sánchez-Cid encontró en el interior de la talla el documento por el que se acreditaba la autoría del Cristo del Calvario por Francisco de Ocampo en 1612. También se puso así de manifiesto cómo le había sido encargado por Gaspar Pérez Torquemada para colocarlo en la capilla funeraria que tenía la familia en la iglesia de Santa Catalina, aunque parece que finalmente el crucificado quedó instalado en el oratorio privado de su morada.

Escritura de reconocimiento de la autoría del Cristo (1612)

Pero desde entonces no se tenían mayores referencias ciertas del destino de la imagen, más allá de la historia fabulada en 1943 por el investigador Celestino López Martínez sin ningún apoyo documental, y que a la postre se ha revelado completamente incierta.

Por otra parte, se sabía también que el Cristo figuraba ya a fines del siglo XVIII en la iglesia de San Ildefonso, supuestamente como titular de la cofradía de los mulatos, y que precisamente por ello, una vez desaparecida ésta, el clero parroquial se adueña de la imagen para resarcir la elevada deuda que los cofrades habían contraído por el impago acumulado de la renta de la capilla. Y en torno al culto a la imagen de aquel antiguo crucificado de la cofradía de la Presentación de Ntra. Sra. en la iglesia de San Ildefonso, llamado ya por entonces del Calvario, acabaría surgiendo en 1886 la actual hermandad que ha llegado a nuestros días. Pero entre un hecho y otro mediaba un profundo desconocimiento sobre los avatares sufridos por la imagen de nuestro Titular.

La reciente aparición de la escritura notarial por la que se documenta la venta del actual Cristo del Calvario a la antigua cofradía de la Presentación de Nuestra Señora, ha permitido cerrar esta incógnita para documentar cómo en un plazo relativamente breve desde su hechura, pasó a convertirse en la imagen referencial de la corporación de los mulatos a lo largo de su existencia.

La escritura de venta (1636)

Pérez Torquemada había fallecido en septiembre de 1626, y su esposa, Rufina de Sandoval, en 1635 en su nueva casa de la Calzada, en la collación de San Roque, a cuyo oratorio había llevado consigo al crucificado de la familia. De este modo, su hijo Gaspar Cornejo de Torquemada quedó por albacea y testamentario de su madre, y en posesión de la talla del Cristo. A lo largo del proceso de liquidación de deudas y del pago de las mandas del testamento, Gaspar Cornejo de Torquemada acabará enajenando la imagen, a pesar de la aparente especial devoción que concitaba en la familia, tan solo veinticinco años después de su talla. Concertó así el 16 de agosto de 1636 la venta a la cofradía de “vna hechura y manufatura de Christo crucificado grande, de la estatura de vn nombre (sic) natural, de madera de çiprés, que es el mismo que la dicha señora doña Rufina de Sandobal tenía en su oratorio, e yo, como tal su aluacea, se lo bendo a los susodichos para el seruicio de la dicha cofradía”. La venta fue concertada en 1.300 reales de vellón, curiosamente 300 menos de los que había costado su hechura, aunque seguía suponiendo una cuantía importante; por ello, para su pago la cofradía se embarcó en un préstamo simultáneamente a la firma de la escritura de compraventa, que ascendió a 1.555 reales y medio, en el que quedaba incluida la cuantía del elevado interés.

Para saber más, puedes descargar aquí el artículo publicado por N.H.D. Joaquín Rodríguez Mateos en el Boletín de enero de 2024. Pulsar para descargar.